Sin duda alguna, el bajo-barítono italiano Luca Pisaroni ha sido, desde el comienzo de su carrera, un cantante mozartiano sin tacha. Su debut profesional fue efectivamente en la ciudad austríaca de Klagenfurt como Figaro en Le Nozze di Figaro, papel que, junto con Leporello en Don Giovanni, pasarían a ser de sus roles más apreciados por público y crítica. Aún así, podría decirse que el músico que sirvió de estímulo y norte en su carrera fue principalmente Giuseppe Verdi, ya que tuvo la oportunidad de criarse, durante la mayor parte de su infancia en Busetto, lugar donde el compositor había nacido.

A lo largo de nuestra entrevista, en su español con trazas argentinas, asoma en varias oportunidades el nombre de Filippo II en Don Carlo, el cual se constituye seguramente en uno de los papeles más ansiados para todo bajo. Sin embargo, Pisaroni, aún siendo un gran apasionado de la ópera aún antes de haberse transformado en cantante, ha sabido recorrer el sinuoso camino que supone para los cantantes una cuidadosa elección de repertorio que les permita más tiempo de carrera, a la vez que encontrarse con los roles adecuados en el mejor momento posible.

Luego de años interpretando a Figaro, ya ha interpretado al Conte en varias oportunidades. Esta temporada supone para Pisaroni el debut como Don Giovanni luego de años de haberse caracterizado como su sirviente, y aún más, supone también el comenzar a recorrer papeles más líricos y que requieren de otro peso vocal, un tránsito que ya se iniciara con su actuación en ópera como Anna Bolena (Enrico VIII), Fidelio (Don Pizarro), o el mismo Faust (Méphistophélès).

L.P.- Yo nací en Venezuela y volví a Italia cuando tenía cuatro años. Mi abuelo tenía una colección de 8 discos de Verdi, con las escenas más importantes de su obra, el cual empecé a escuchar cuando tenía 6 o 7 años, y a los 9, un verano, me acuerdo que escuché a Boris Christoff que cantaba Ella giammai m’amò y desde ese momento entendí que quería hacer eso en mi vida. A los 11 años yo ya sabía que quería ser un cantante.

– ¿Por qué a los 11 años?
– Porque escuché a Pavarotti cantando Nessun dorma y esa experiencia, no sé, había algo en la voz de Luciano que yo sentí que, iba a hacer lo que fuera, pero que iba a cantar. Después mi padre me llevó a la Arena di Verona donde escuché mi primera ópera, Aida. A los 11 yo ya sentía que había algo en esta música que me hablaba y viviendo en Busseto era muy fácil para mí. Bergonzi tenía su academia de canto donde dos veces al año por 7 semanas, en total 14 semanas, él daba clases. Yo, mientras todo el mundo se iba a jugar al fútbol, salía corriendo y me iba a la academia y me quedaba escuchándolo dar clases. Era chico, tenía 12 o 13 años. Me acuerdo que él daba clases en el Hotel I due Foscari y yo me quedaba allá escuchando horas y horas lo que decía del canto, el passaggio, el sonido… eso me encantaba.

– ¿Te quedaron enseñanzas de esa época?
– Yo nunca trabajé con él pero escuchando hubo muchas cosas que aprendí de él. Por ejemplo: él decía que la palabra era muy importante en el canto, la musicalidad, lo que se hace con la música que uno lee. Esto que escuchaba yo, sin trabajar con él, lo comprendía. Es curioso porque eso era normal para mí pero para la gente escuchar a alguien como Bergonzi dar clases es increíble. Para mí era absolutamente normal. Estando en Busseto todo lo que para mí era normal, ahora me doy cuenta que es increíble.

– ¿Y estando en Busseto tuviste otras oportunidades similares?
– Sí, porque estuvo Muti que iba a dirigir. Mi suegro [el barítono Thomas Hampson], por ejemplo, me dijo que la primera vez que vio una ópera de comienzo a fin, él cantaba en ella. Yo conocía por ejemplo las óperas más famosas de Verdi a los 15 años, podía cantar Un ballo in maschera a los 15 completa. Me acuerdo que mi suegro estaba en Zurich cantando Otello, como Iago claro, y él estaba cantando algo y le canté Cassio y él dijo ‘¡¿Pero cómo?!’ (risas)

– ¿Cuándo comenzaste a estudiar seriamente?
– Seriamente, a los 15 años. Hice una pequeña audición para Bergonzi y él me dijo que tenía que esperar hasta que cambie la voz. Cuando yo tenía 14, tenía voz de tenor y después a los 18 años cuando empecé me di cuenta de que no podía [cantar en el registro de tenor]. Lloré como un nene por dos semanas porque yo quería ser tenor pero me di cuenta de que también estaba bien ser un bajo-barítono y que el repertorio no estaba tan mal. A los 17 o 18 años cantando Di Provenza lo sentí y después a los 18 ó 19 años empecé a tomar lecciones de canto y, como decimos los italianos: facciamo di necessità virtù, hacemos de la necesidad una virtud, entonces me dije ‘el repertorio está, no está mal; tengo que cantar’. Empecé a los 19 años en el Conservatorio di Milano, pero no me gustaba la maestra, entonces me fui a Buenos Aires a estudiar.

– Con el mismo profesor que Erwin Schrott, ¿verdad?
– Renato [Sassola], claro. A Renato lo encontré en Milano porque un pianista de la Scala lo conocía. Tuve tres clases con él y enseguida me di cuenta de que me encantaba. Pero él me dijo que vivía en Buenos Aires. Él ofrecía la facilidad para el canto, que era lo que yo no tenía cuando estudiaba con esta mujer; me costaba cantar. Yo cantaba una página de recitativo y me cansaba. Y pensaba , ‘¿Cómo puede cantar una ópera de dos horas y media un cantante si se cansa uno en una página de 2 minutos?’ Renato me escuchó y me dijo que se podía cantar con más facilidad.

– ¿Y cómo fue la experiencia en Buenos Aires?
– Muy dura, porque me fui solo, y estuve solo como 7 meses sin nadie, sólo para trabajar y estudiar cada día, pero enseguida me di cuenta de que fue la decisión justa. No es fácil… el problema con el canto es que no se ve el instrumento, entonces, yo no digo que un maestro de canto sea malo, pero a veces las imágenes que dan no funcionan para uno. Con Renato funcionó enseguida, por eso me quedé 8 meses, tenía un Figaro en Europa, mi debut, y después volví y trabajé 2 meses y seguí cantando.

– La mayor parte de tu trayectoria estuvo ligada a Mozart, Händel, Rossini, pero en este momento parecería que te encuentras en un punto de inflexión en términos del repertorio que estás escogiendo.
– Sí, eso el algo que decidí rápidamente en mi carrera, porque pienso que hay cierto repertorio a los 28 años que uno no está preparado para hacer y hay excepciones como Renato Bruson que debutó en Il trovatore, pero eso no es la regla… Si se piensa en los grandes barítonos verdianos, Cappuccilli, cantó también Masetto en un CD con Giulini, y por eso enseguida me dije que quiero hacer Mozart. Uno aprende muchísimo a cantar bien con este repertorio, además de esta cosa en Mozart que no te permite portamento. Eso te ayuda muchísimo a cantar bien, a la línea de canto, y también a consolidar tu técnica, sin matarte, porque la orquesta en Mozart es mucho más pequeña que en Wagner, Verdi. La verdad es que la voz es una y es muy difícil una vez que pasa algo borrar todo y volver a empezar, por eso es mejor empezar despacio, y estoy contento de que mi debut en Faust fue en el 2016 y al hacerlo sabía que era el tiempo perfecto para mí.

Efectivamente, Pisaroni encabezará uno de los elencos que abrirá la temporada 2018/2019 con Faust de Gounod, personaje habituamente asociado a voces más caudalosas y, sobre todo, a un modo de interpretación acaso más abrupto.

– Es increíble porque mi suegro me dijo ‘nunca sabes que puedes cantar un papel hasta que lo cantas’ y es verdad, hay papeles que cuando compras la partitura y lo ves fácil, y cuando los cantas, aaaaah[indicando que le resultaría pesado], y hay papeles que al comprar la partitura piensas que no vas a poder, y al cantarlo te queda muy bien. Para mí, con Faust fue de ese modo. Antes de hacerlo tenía un gran temor, y cuando lo canté me di cuenta de que me queda muy bien, que ese repertorio francés está escrito para un barítono bajo francés, que no es un basso profondo, es un bajo de La Damnation de Faust, de Golaud, de Les Contés d’Hoffmann.

– Escuchando ópera desde muy temprano en tu vida, ¿cuáles eran los referentes que tenías en mente que te provocaban ese temor?
– Boris Christoff, Nicolai Ghiaurov, que llegan y ponen una tonelada de sonido, luego miras la partitura y te das cuenta de que nos es así. Como fenómeno es genial, y me encanta escuchar voces tan ricas, pero al verlo detenidamente hay mucho piano. Para mí José Van Dam es un referente. La primera vez que lo escuché me di cuenta de que no es sólo cantar fuerte, hay algo más. Yo trabajé con él este papel en Zurich. Yo empecé a cantar [imita un sonido pesado] y me dijo ‘¿Qué haces? Hay dos pianos y además está escrito Me voici! [canta] muy rápido. No está escrito Me voici! [lo canta con mayor énfasis y peso en la primera sílaba] porque cuando uno es tan poderoso no hay necesidad de gritar; Mefisto tienen tanto poder que no necesita gritar’, como Filippo. Además, cantando este repertorio, la voz se desarrolla mucho. En el barroco no, porque la tesitura es tan alta, es tan rápido que tienes que hacer un sonido ‘flaquito’, mientras que en esto que se tienen frases muy largas es otra cosa. A veces me sorprendo porque la voz hace cosas que no creí que pudiera hacer, como hacer la serenata y no tomar aire durante 8 compases. Creo que los cantantes jóvenes se apuran. Hay tenores que pueden cantar Trovatore, pero no lo pueden hacer la los 28, sino que tienen que esperar a los 40 porque también, yo me di cuenta que ahora a mis 43 tengo una fuerza que no tenía cuando tenía 35 años. A mí me encanta la variedad y es un desafío porque tengo que trabajar en mi técnica todo el tiempo porque quiero hacer cosas sin perder lo que tengo. Quiero cantar Faustpero sin perder la posibilidad de cantar Petite messe solennelle, porque me moriría si no pudiera hacerlo. Es mucho trabajo. Me encanta cantar lieder con el gusto del lieder; no canto lieder de Schubert como un aria de ópera italiana porque cada cosa tiene su gusto y su lenguaje.

Club de Ópera